CAP. 02 DANNY
Danny era un niño bastante
normal, si se lo veía de lejos. Pero lo cierto era que sus padres adoptivos, lo
consideraban una desgracia.
Los Weeler, habían adoptado a
Danny, cuando este era apenas un bebé, la razón para ello había sido que a Rose
Weeler, después de su primer parto, fue informada de que no podría tener más
hijos. Los Weeler habían planeado tener una familia numerosa, de modo que
optaron por el método alternativo. Sin embargo, se encontraron con que por
algún motivo, eran incapaces de querer a aquellos niños. Con todo habían
logrado ir avanzando, pero Danny era definitivamente, y en su opinión, el peor
error que habían cometido.
De los tres niños que habían
adoptado, al que nunca lograron adaptarse fue a Danny. Había sido un bebe precioso, y en cuanto Rose
lo había visto, se había prendado de aquellos hermosísimos y extraños ojos de
color violeta. Pero pasados unos días, comenzó a preocuparse. El pequeño desde
la cuna, demostró no ser normal.
Prácticamente no dormía durante las noches, y aunque no lloraba mucho, a
Rose le preocupaba que cada vez que se levantaba a revisarlo, el niño tenía los
ojos abiertos. Caminó sumamente rápido, y habló más de prisa aún. Pero conforme
pasaba el tiempo, a Rose le entró pánico. A los tres años, Danny había tirado
la puerta de su habitación en un momento de ira y ni ella ni su esposo, tenían
idea de cómo había sucedido. El día de su cuarto cumpleaños, habían decidido
llevarlo junto con sus hermanos, a dar un paseo por el parque donde harían un
pic nic. Pero Danny no quería ir, tuvieron que subirlo a la fuerza en el coche,
y apenas habían rodado unos kilómetros, las cuatro ruedas del coche estallaron
sin explicación alguna. Y no conforme con eso, se desparramó un aguacero que
rayaba en el diluvio. A los cinco años, sus hermanos solo hacían lo que él les
indicaba, y si se le antojaba que no quería algo, pues ninguno de los otros lo
aceptaba tampoco. El año anterior, cuando comenzó a ir a la escuela,
rápidamente iniciaron las quejas. No prestaba la debida atención, se distraía
con todo. Y en un paseo al Museo, la profesora se había detenido con el grupo
de niños, ante una sala que exponía objetos de la cultura Celta. En realidad ella no tenía intención de someter a niños tan
pequeños, a las pesadas explicaciones del encargado del lugar, que en ese
momento respondía a las preguntas de un grupo de turistas, solo se habían
detenido a esperar que se despejara el paso. Sin embargo, Danny se enfrascó en
un pleito con el guía, discutiéndole acerca de un objeto que el hombre acababa
de decir que pertenecía a la época de La
Tène, y el pequeño porfiaba que pertenecía a la época Hallstatt. Obviando el hecho de por sí insólito, de que una
criatura de seis años desafiará la autoridad de una persona mayor, lo realmente
impactante fue el motivo de la discusión.
Luego de aquel vergonzoso incidente, el Director del Museo, intentó
ponerse en contacto con los Weeler en diversas oportunidades, pero estos se
negaron.
Toda esta serie de eventos, le
habían valido a Danny, los más crueles castigos, y las más brutales
palizas. Los Weeler intentaron, sin
éxito, devolverlo al orfanato, y a estas alturas se planteaban enviarlo a un
correccional en cuanto fuese posible. Pero del mismo modo que sus padres lo odiaban,
sus hermanos lo adoraban.
De modo que aquel 21 de
diciembre, Danny despertó alborozado, cuando sus hermanos entraron en su
habitación a felicitarlo por su séptimo cumpleaños. Sabía que sus padres, ni de chiste,
prepararían ninguna clase de celebración, de modo que ellos habían planeado la
suya. Sin embargo, no había terminado de vestirse, cuando la voz estridente de
su madre, le ordenó bajar. Los chicos se miraron, preguntándose qué nuevo
desastre habría hecho su hermano, pero este les aseguró que en esta ocasión, no
había hecho nada. De modo que bajaron en silencio, dispuestos a enfrentarse a
la ira de sus padres, aún sin saber el por qué. Pero al llegar abajo, su
sorpresa fue enorme.
-
Danny, hay una señora que desea hablarte -- le
dijo la mujer en tono casi amable.
Aquello estaba completamente
fuera de lugar. Primero, porque sus padres jamás habían permitido que Danny
llevase ni siquiera un amigo a la casa, menos aún que recibiera alguna visita.
Así que fue necesario que le repitiesen que alguien lo esperaba en el salón,
para que el pequeño comenzase a moverse.
Danny entró al salón y se
encontró con una mujer bastante joven, aproximadamente de la edad de su madre,
pero con un aspecto mucho más agradable. Era rubia, alta y con unos chispeantes
ojos verdes. Al verlo entrar, se levantó y camino hacia él con los brazos
extendidos.
-
No sabes el gusto que me da verte de nuevo, Danny -- le
dijo con una gran sonrisa.
Danny se encontró en brazos de
aquella desconocida, pero su pequeño cerebro repasaba a toda prisa su archivo
mental, y no lograba ubicar su identidad. Por un momento albergó la muy tonta
esperanza de que aquella mujer fuese su verdadera madre, pero nada había en su
aspecto que se asemejara al suyo. Sin embargo, era algo que siempre había
esperado, ya que en muchas ocasiones, había tenido la sensación de que
“alguien” esperaba por él en algún lugar. Se obligó a prestar atención.
-
Mi nombre es Eveska Natchzhrer, pero puedes llamarme Eve -- se
presentó, pero aquello no le dijo nada al sorprendido Danny -- Sé
que estás sorprendido, pero te lo explicaré todo, si nos lo permiten --
agregó mirando con intención a los Weeler que permanecían de pie en la
entrada del salón
Todos se retiraron y ellos
tomaron asiento en un sofá cerca de la chimenea.
-
¿Y bien? -- preguntó Danny quien finalmente parecía haber
recobrado su voz -- Aunque usted parece conocerme, yo a usted,
no.
-
Tienes razón, cariño -- dijo ella
-- No te veía desde que naciste.
Una luz brillante se encendió en
el cerebro de Danny. ¿Desde que nací? Eso significaba, que si aquella mujer no
era su madre, ciertamente debía conocerla, saber dónde estaba y con suerte
podría conducirlo hasta ella. Pero con la misma rapidez que había aparecido la
esperanza, la mujer se encargó de deshacerla.
-
Lo lamento Danny -- dijo con tristeza -- pero aunque me gustaría, no puedo hacer eso.
Danny ignoró la decepción, y se
concentró en el hecho de que él no había expresado en voz alta sus
pensamientos. Ella lo miró sonriente.
-
Esa es una de las razones, por las que estoy aquí -- le
dijo --
Porque como habrás tenido oportunidad de notar, puedes hacer cosas que
los demás no, al igual que yo.
Danny llegó a la rápida
conclusión, de que no valía la pena hacerse el desentendido, así que se limitó
a asentir, sin comprometerse demasiado.
-
Danny, he venido a llevarte conmigo
-- le dijo y vio como se
agrandaban los ojos del chico -- es hora de regresar al lugar al que
perteneces.
-
¿Nací en otro país? ¿Siempre ha
sabido que estaba aquí? Y si es así ¿Por qué no había venido por mí antes? --
hizo todas estas preguntas sin respirar.
-
A ver -- dijo Eve
-- Sí, naciste en otro país. Y sí
de nuevo, siempre hemos sabido dónde estabas. No habíamos venido antes, porque
era necesario para tu propia protección, que permanecieras lejos de tu lugar de
origen.
-
Protección -- repitió
-- ¿Para protegerme de qué? ¿Y
por qué ahora viene por mí? ¿Ya desapareció el peligro?
Eve sonrió, y no pudo evitar
recordar a Daniel, el padre del chico a quien le parecía estar viendo en aquel
momento.
-
Si he venido por ti en este momento, es porque hoy cumples siete años,
y es la edad, en la que debes comenzar tu educación -- le
dijo
-
Ya empecé la escuela -- replicó él con fastidio, no le parecía
especialmente atractivo que su interés en él obedeciera a su educación
-
No en el mundo al que perteneces.
-
¿Y qué mundo es ese? -- preguntó, y luego agregó con sarcasmo --
¿Acaso soy extraterrestre?
Para sorpresa de Danny, que
había esperado ser reprendido por su falta de respeto, como ocurría siempre,
Eve soltó una alegre carcajada. Definitivamente aquel chico era, sin duda
alguna, el hijo de Daniel Douglas.
-
No -- dijo cuándo dejo de reír -- no
eres extraterrestre, al menos no que yo sepa.
-
Bien -- dijo el chico
-- ¿Me dirá entonces?
-
Claro -- dijo ella
-- Danny, tú al igual que yo, y
al igual que tus padres, eres un Arzhvael
El chico se le quedó mirando,
tratando de decidir entre si aquella mujer estaba loca, o era alguna clase de
broma.
-
Ni estoy loca, ni estoy bromeando Danny --
dijo ella -- lo más aproximado a un Arzhvael, es lo que tú conoces como hechiceros.
-
Claro -- dijo Danny, y con varios comentarios ácidos a
punto de brotar de sus labios -- y yo soy…
Pero se detuvo súbitamente. Su
mente hizo un rápido repaso de todas las cosas sin explicación que solían
sucederle, o las que podía hacer, o las cosas que sabía sin haberlas estudiado.
Miró a Eve y ella le estaba sonriendo.
-
Exacto
Danny tenía deseos de ponerse a
dar brincos.
-
¿Y qué te lo impide? -- preguntó Eve
-
¿Siempre puede hacer eso?
-- preguntó pensando que no era
muy cómodo que supiera todo el tiempo lo que pensaba
-
También tú, pero con el tiempo, aprenderás a controlarlo -- le
dijo ella
El pensó que debía tener razón, porque
la mayoría de las veces en las que había podido escapar de algún objeto que
volase hacia su cabeza, o salir por la puerta trasera antes de que su padre le
diera alcance, había sido porque de algún modo “sabía” lo que estaban pensando.
-
¿Y en qué país nací? -- preguntó
-
No creo que lo hayas oído mencionar
-- le contestó
-
Pruebe -- le desafió él
-- conozco el nombre de muchos
países, muchos más que el resto de mis compañeros de clase.
-
Eso no lo dudo, pero este es uno que no aparece en ningún libro --
dijo y luego agregó -- Su nombre es Helgard
-
De acuerdo, no lo había escuchado antes --
reconoció con honestidad -- ¿Y dónde está?
-
En algún punto del Mar Celta
-- le dijo, y al ver el
desconcierto en el rostro del chico, agregó
-- Helgard, es un isla.
Después de contestar algunas
preguntas más, le preguntó si estaba listo para partir.
-
¿Ya mismo? -- preguntó él con sorpresa
-
No hay razón para retrasarlo
-- le contestó Eve
-
Pero… -- tuvo un momento de vacilación -- mis
hermanos…
-
Entiendo -- dijo Eve
-- no puedo prometerte que
volverás a verlos pronto, pero veremos qué podemos hacer ¿bueno?
A pesar de que aquello era en
cierta forma lo que siempre había querido, al no habérselo planteado nunca,
como una posibilidad real, no había tenido en consideración cómo le afectaría
el separarse de ellos. Salió del salón y llamó a los que hasta ese día serían
sus padres. Apenas entraron al salón miraron inquisitivamente a Eve.
-
Se lo llevará como dijo ¿no?
-- preguntó el señor Weeler
-
Por supuesto -- dijo ella con la mayor frialdad --
nada me movería a dejarlo aquí. Son ustedes los peores padres que he
visto en mi vida, y siento verdadera pena por los otros niños.
-
¿Cómo se atreve? -- vociferó el señor Weeler --
¡Salga de mi casa ahora mismo!
Pero Eve, entrecerró los ojos
peligrosamente y se acercó a Raymond Weeler, que retrocedió en forma
automática.
-
Le sugiero no seguir por ese camino
-- siseó Eve -- o
podría encontrarse en una posición sumamente difícil.
Raymond Weeler, era un hombre
testarudo e irritante, a diferencia de su esposa que era bajita y regordeta, el
era delgado y alto, con una cara avinagrada y siempre dispuesto a decir algo
desagradable. Sin embargo, “algo” en los ojos de aquella mujer, le hizo
desistir de decir algo.
Mientras esto sucedía en el
salón. Danny les daba una apresurada explicación a sus hermanos, y les prometía
escribirles tanto como le fuese posible, y les aseguraba que volvería en cuanto
pudiese. Los dos mayores, hicieron grandes esfuerzos por mantener la calma,
pero el que seguía a Danny, se abrazó a él llorando. Fue bastante difícil
calmarlo, pero finalmente lo lograron y Danny pudo bajar.
Despedirse de sus padres,
resultó incómodo, pero fue mucho más rápido de lo que le tomó hacerlo de sus
hermanos. Cuando se alejaban por la calle, Danny miró hacia la ventana de su
habitación, y allí estaban los chicos.
-
Prometió que haría lo posible porque pudiese verlos de nuevo --
dijo en forma más agresiva de la que pretendía
-
Y cumpliré mi promesa, Danny
Eve sabía en forma personal, lo
que dolía separarse de aquellos a los que considerabas tus hermanos, y si podía
evitarle ese dolor al chico, lo haría.
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