CAP.
01 SAMANTHA
Samantha
Sklaer vivía en un orfanato a las afueras de Edimburgo. A pesar de que vivía
allí desde que tenía memoria, en ocasiones le parecía “recordar” lugares,
voces, rostros, pero siempre terminaba reprendiéndose a sí misma. Sabía
perfectamente que no tenía familia, y por alguna extraña razón, ninguna de las
parejas que iban a buscar niños para adoptarlos, la habían considerado.
También
había momentos en los que se sentía
observada, más aunque miraba cuidadosamente a su alrededor, nunca veía a nadie.
De modo que no sabiendo a qué obedecía
aquella sensación, terminó por acostumbrarse a ella.
Había
otro asunto, que la mortificó durante mucho tiempo, y para el que nadie
encontró nunca una explicación razonable. En ocasiones, Samantha presentaba
moretones, rasguños o contusiones sin origen conocido. La hicieron examinar por
el médico del orfanato, y éste terminó por concluir, que la niña sufría
accidentes, y se negaba a informarlo. Pero ella sabía que no era cierto.
Además, experimentaba extraños cambios de humor, que nada tenían que ver con lo
que sucedía a su alrededor. Finalmente, terminó por acostumbrarse a aquello
también, y sumarlo a la lista de cosas extrañas que solían sucederle.
En
general Samantha era una niña tranquila, pasaba mucho tiempo en los prados que
rodeaban el orfanato. Sin embargo, sus compañeros habían aprendido a
respetarla, e incluso a temerla. La razón de esto, era que Samantha muy rara
vez se molestaba con nadie, pero en las escasas ocasiones en las que lo había
hecho, las consecuencias habían sido desastrosas para quienes la habían
provocado. Otra cosa que parecía despertar cierto recelo en los demás, era el
extraño color de sus ojos. Estos eran de un violeta intenso cuando estaba
molesta, y más claro, en su forma natural.
Pero todos coincidían en que parecía que pudiese verlos “por dentro”.
Había
una persona muy especial en el orfanato y a la que quería mucho, la madre
Cecilia. Ella le tenía especial cariño y era la que le decía que sus padres se habían ido al cielo, pero
aunque se había pasado la vida mirándolo, no
lograba verlos. Las monjitas eran muy buenas y la querían mucho, sobre
todo la madre Cecilia, pero ella nunca había logrado sentirse parte de ese
lugar, ella sabía que era diferente, pero desde que podía recordar había
tratado de que no se notara mucho, especialmente desde que la madre Teresa
había entrado en su cuarto y había visto algunas cosas volando por la
habitación y había salido corriendo en busca del padre Joseph, por suerte la
que vino fue la madre Cecilia y había tenido una larga conversación con ella,
le había preguntado si tenía algo que ver con lo que había pasado, a la madre
Cecilia no podía mentirle y no quería hacerlo así que le dijo que sí.
La madre
le explicó que no había nada de malo en ella, pero que era mejor que no hiciera
esas cosas porque asustaba a los demás, la pequeña no entendió por qué debían
asustarse, pero la madre era tan buena con ella que no quiso contrariarla y a
partir de entonces, no es que había dejado de hacer cosas extrañas, pero procuraba que nadie la viera, pero aún así la
madre Teresa evidenciaba que no la quería.
En ese lugar no podían hacerse muchos amigos,
habían niños que llegaban y se iban, unos duraban más tiempo que otros, pero
finalmente se iban. Incluso Mary, una niña de su misma edad que había
permanecido casi tanto tiempo como ella, pero hacía poco también ella se
marchó.
En la
escuela les enseñaban muchas cosas, a ella le encantaba estudiar y aprendía muy
de prisa, pero lo que más le gustaba era leer, le encantaban los cuentos que
hablaban de castillos y princesas, de brujas,
dragones y aventuras. Dos o tres veces al año los llevaban de paseo a algún lugar interesante. En uno de
esos paseos los llevaron a un antiguo castillo, ese día fue tremendamente
divertido, había visto un fantasma, lo había seguido y había hablado con él,
claro el fantasma quiso burlarse de ella diciéndole que si lo podía ver es
porque era una bruja, solo se lo contó a la madre Cecilia y ella se rió mucho.
Aquel
día, Samantha despertó muy contenta, era su séptimo cumpleaños, y aunque no
habría una celebración como tal, ya que en el orfanato no se acostumbraba a
ello, tenía una extraña sensación de anticipación. Salió de la cama, se bañó,
se puso su uniforme y bajó a desayunar.
El
austero comedor, presentaba un aspecto algo más alegre, se acercaba la navidad
y habían comenzado a decorar para la fecha, lo que daba cierto toque de alegría
a aquel sombrío lugar.
Casi
había terminado de desayunar, cuando una de las cuidadoras se acercó y le
informó que la Señora Pitt, la esperaba en su despacho. Aquella noticia no le
gustó para nada. La Señora Pitt era la directora del centro, y las veces que la
había llamado a su despacho, siempre era por algún asunto desagradable. Más en
los últimos días, no había sucedido nada que ella pudiese recordar, y que
mereciera un llamado de aquella desagradable mujer.
Terminó
su desayuno y subió. Llamó a la puerta y recibió la orden de entrar. Cuando
abrió la puerta, notó que la directora no estaba sola, por lo que se excusó y
comenzó a retirarse.
-
Pasa
-- le ordenó la directora
La
niña así lo hizo, y se plantó frente al escritorio de la directora, ignorando
al visitante que se encontraba sentado en el sillón. Miró a la directora en
silencio y al cabo de unos segundos, la mujer se sintió incómoda con la mirada
de la niña, como le sucedía a todo el mundo.
-
Sklaer
-- dijo llamándola por su
apellido -- este caballero ha venido por ti.
A
pesar de la enorme sorpresa que le produjo aquello, Samantha no lo demostró en
lo más mínimo. Con lentitud se volvió hacia el individuo sentado a su lado y lo
miró directo a los ojos. Si este sujeto esperaba ver curiosidad o tal vez temor
en aquellos ojos, se equivocó completamente. La mirada de la niña era
impenetrable. Sin embargo, Samantha
tuvo la extraña sensación de conocerlo y eso se tradujo en una inmediata
sonrisa. Ese hombre era alguien en quien se podía confiar y habitualmente ella
no se equivocaba en sus juicios. De modo
que extendió la mano ofreciéndosela a
modo de saludo.
-
Es
para mí un enorme placer, volver a verte Samantha -- dijo mientras le estrechaba la pequeña mano
que ella había ofrecido sin vacilar
-
¿Volver
a verme? --
preguntó ella, y por un momento tuvo la absurda idea de que aquel
individuo pudiese ser algún pariente
-- ¿Quién es usted?
-
Mi
Nombre es Iván Natchzhrer
-- dijo el hombre
De
pronto fueron interrumpidos por la señora Pitt.
-
¿Y bien?
-- preguntó --
¿Dirá algo o solo se quedará mirándola?
Por
un momento Samantha pensó que la señora directora, había perdido la capacidad
auditiva. Miró al visitante y éste le guiñó un ojo, y luego miró a la
directora.
-
Si me lo permite, me gustaría conversar un
momento a solas con la niña -- le dijo con la mayor cortesía
Samantha
pensó que ella se negaría, pero no fue así.
-
Bien
-- dijo la mujer --
mientras usted conversa con ella, yo iré preparando los documentos para
el egreso -- y luego lo miró con desconfianza --
Porque se la llevará hoy mismo ¿no?
-
Así es
-- convino él
Samantha
no entendía nada, pero si aquel sujeto era la llave para salir de allí, cualquier otra cosa carecía de importancia.
No obstante, si tenía cierta curiosidad. De modo que salió con él, y lo guió
hacia un salón que solían usar cuando no estaban en clases.
Era
una estancia tan austera como todo el resto del edificio. Había allí una mesa
grande, con varias sillas a su alrededor. Una estantería llena de libros viejos
y gastados. Varios sillones de aspecto no muy cómodo, alrededor de una vieja
TV, y poca cosa más. Tomaron asiento en los sillones, y Samantha fue directo a
su primera pregunta.
-
¿Qué sucedió allá arriba?
El
sujeto sonrió antes de responder.
-
Directa, igual que tu padre --
dijo
-
¿Conoce a mi padre? --
preguntó ella, aunque luego pensó que era bastante innecesaria la
pregunta.
-
Lo conocí
-- dijo él
Ella
comprendió cabalmente el uso del tiempo verbal.
-
Te debes estar preguntando la razón de mi
aparición aquí -- dijo Iván
-
Sí
-- dijo sencillamente
Iván
la estudió un momento y llegó a varias conclusiones rápidas. Entre ellas, que
la niña tenía un control extraordinario sobre su mente y probablemente sobre la
de los demás. Y también que perdía su tiempo, si esperaba que le hiciera
preguntas.
-
Samantha, he venido a buscarte porque es hora
de que regreses a tu lugar de origen
-- comenzó, y no se sorprendió al
no ver señal de emoción alguna en ella
-- Como dije, conocí a tus
padres, y me asignaron el deber de cuidar de ti en caso de que ellos no
pudiesen hacerlo. Lo he hecho aunque tú no lo hayas notado, y ahora ha llegado
el momento de que regreses al lugar que te corresponde.
Iván
estaba realmente sorprendido, del férreo control con el que ella mantenía
sujetos sus pensamientos. Podía haber
esperado algunas habilidades en ella, pero ciertamente no a este grado.
-
Habrás podido notar que no eres exactamente
igual a los demás niños y niñas ¿cierto?
-- preguntó, a lo que la niña
asintió con un leve movimiento de cabeza
-- Bien, eso es porque provienes
de una raza muy antigua, de la que tal vez no has oído hablar. Eres una Arzhvael.
-
¿Una qué?
-- preguntó mostrando por primera
vez algo de curiosidad
-
En el mundo que has conocido hasta ahora --
dijo él, con una sonrisa -- eso vendría a ser algo así como una
hechicera.
Ella
se le quedó mirando, y de algún modo supo que aquel individuo no estaba
mintiendo.
-
¿Y cómo es que estoy en este lugar? --
preguntó ella
Pregunta
difícil, pensó Iván.
-
¿Por qué es difícil? --
volvió a preguntar la niña, y casi rio al ver la cara de él
Mientras
buscaba una respuesta que sonara adecuada, al mismo tiempo se decía que debería
tener cuidado con aquella jovencita.
-
Estás aquí, porque fue la decisión que se tomó
para protegerte -- le dijo
-
¿De qué exactamente?
Las
cosas no estaban resultando como las había planeado. Esperaba que la niña se
mostrara sorprendida e hiciera muchas preguntas acerca de “ese mundo” al cual
le había dicho de debía retornar. Más en ningún caso, que se interesara por lo
otro.
-
Verás, no es el momento para contarte eso,
pero te prometo que lo sabrás cuando sea conveniente -- le
dijo
Y
aunque vio cierto brillo de rebeldía en aquellos ojos, la protesta no llegó a
los labios.
-
¿Lo promete?
-
Lo prometo
-- le dijo él -- ¿No
quieres saber a dónde te llevaré?
-
Ya lo dijo
-- le contestó y al ver la
sorpresa en el rostro de él, sonrió
-- Dijo que debo volver al lugar
donde pertenezco, y si es así, no importa dónde sea eso.
Aquella
criatura, comenzaba a gustarle enormemente.
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