Ninguno lo es...

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sábado, 8 de febrero de 2014

LA MAGIA DE ARZHVAEL El Inicio - cap. 01 -


CAP. 01  SAMANTHA

Samantha Sklaer vivía en un orfanato a las afueras de Edimburgo. A pesar de que vivía allí desde que tenía memoria, en ocasiones le parecía “recordar” lugares, voces, rostros, pero siempre terminaba reprendiéndose a sí misma. Sabía perfectamente que no tenía familia, y por alguna extraña razón, ninguna de las parejas que iban a buscar niños para adoptarlos, la habían considerado.
También había  momentos en los que se sentía observada, más aunque miraba cuidadosamente a su alrededor, nunca veía a nadie. De  modo que no sabiendo a qué obedecía aquella sensación, terminó por acostumbrarse a ella.
Había otro asunto, que la mortificó durante mucho tiempo, y para el que nadie encontró nunca una explicación razonable. En ocasiones, Samantha presentaba moretones, rasguños o contusiones sin origen conocido. La hicieron examinar por el médico del orfanato, y éste terminó por concluir, que la niña sufría accidentes, y se negaba a informarlo. Pero ella sabía que no era cierto. Además, experimentaba extraños cambios de humor, que nada tenían que ver con lo que sucedía a su alrededor. Finalmente, terminó por acostumbrarse a aquello también, y sumarlo a la lista de cosas extrañas que solían sucederle.
En general Samantha era una niña tranquila, pasaba mucho tiempo en los prados que rodeaban el orfanato. Sin embargo, sus compañeros habían aprendido a respetarla, e incluso a temerla. La razón de esto, era que Samantha muy rara vez se molestaba con nadie, pero en las escasas ocasiones en las que lo había hecho, las consecuencias habían sido desastrosas para quienes la habían provocado. Otra cosa que parecía despertar cierto recelo en los demás, era el extraño color de sus ojos. Estos eran de un violeta intenso cuando estaba molesta, y más claro, en su forma natural.  Pero todos coincidían en que parecía que pudiese verlos “por dentro”.
Había una persona muy especial en el orfanato y a la que quería mucho, la madre Cecilia. Ella le tenía especial cariño y era la que le decía que sus padres se habían ido al cielo, pero aunque se había pasado la vida mirándolo, no  lograba verlos. Las monjitas eran muy buenas y la querían mucho, sobre todo la madre Cecilia, pero ella nunca había logrado sentirse parte de ese lugar, ella sabía que era diferente, pero desde que podía recordar había tratado de que no se notara mucho, especialmente desde que la madre Teresa había entrado en su cuarto y había visto algunas cosas volando por la habitación y había salido corriendo en busca del padre Joseph, por suerte la que vino fue la madre Cecilia y había tenido una larga conversación con ella, le había preguntado si tenía algo que ver con lo que había pasado, a la madre Cecilia no podía mentirle y no quería hacerlo así que le dijo que sí.
La madre le explicó que no había nada de malo en ella, pero que era mejor que no hiciera esas cosas porque asustaba a los demás, la pequeña no entendió por qué debían asustarse, pero la madre era tan buena con ella que no quiso contrariarla y a partir de entonces, no es que había dejado de hacer cosas extrañas, pero  procuraba que nadie la viera, pero aún así la madre Teresa evidenciaba que no la quería.
 En ese lugar no podían hacerse muchos amigos, habían niños que llegaban y se iban, unos duraban más tiempo que otros, pero finalmente se iban. Incluso Mary, una niña de su misma edad que había permanecido casi tanto tiempo como ella, pero hacía poco también ella se marchó.
En la escuela les enseñaban muchas cosas, a ella le encantaba estudiar y aprendía muy de prisa, pero lo que más le gustaba era leer, le encantaban los cuentos que hablaban de castillos y princesas, de brujas,  dragones y aventuras. Dos o tres veces al año los llevaban de  paseo a algún lugar interesante. En uno de esos paseos los llevaron a un antiguo castillo, ese día fue tremendamente divertido, había visto un fantasma, lo había seguido y había hablado con él, claro el fantasma quiso burlarse de ella diciéndole que si lo podía ver es porque era una bruja, solo se lo contó a la madre Cecilia y ella se rió mucho.

Aquel día, Samantha despertó muy contenta, era su séptimo cumpleaños, y aunque no habría una celebración como tal, ya que en el orfanato no se acostumbraba a ello, tenía una extraña sensación de anticipación. Salió de la cama, se bañó, se puso su uniforme y bajó a desayunar.
El austero comedor, presentaba un aspecto algo más alegre, se acercaba la navidad y habían comenzado a decorar para la fecha, lo que daba cierto toque de alegría a aquel sombrío lugar.
Casi había terminado de desayunar, cuando una de las cuidadoras se acercó y le informó que la Señora Pitt, la esperaba en su despacho. Aquella noticia no le gustó para nada. La Señora Pitt era la directora del centro, y las veces que la había llamado a su despacho, siempre era por algún asunto desagradable. Más en los últimos días, no había sucedido nada que ella pudiese recordar, y que mereciera un llamado de aquella desagradable mujer.
Terminó su desayuno y subió. Llamó a la puerta y recibió la orden de entrar. Cuando abrió la puerta, notó que la directora no estaba sola, por lo que se excusó y comenzó a retirarse.
-         Pasa  --  le ordenó la directora
La niña así lo hizo, y se plantó frente al escritorio de la directora, ignorando al visitante que se encontraba sentado en el sillón. Miró a la directora en silencio y al cabo de unos segundos, la mujer se sintió incómoda con la mirada de la niña, como le sucedía a todo el mundo.
-         Sklaer  --  dijo llamándola por su apellido  --  este caballero ha venido por ti.
A pesar de la enorme sorpresa que le produjo aquello, Samantha no lo demostró en lo más mínimo. Con lentitud se volvió hacia el individuo sentado a su lado y lo miró directo a los ojos. Si este sujeto esperaba ver curiosidad o tal vez temor en aquellos ojos, se equivocó completamente. La mirada de la niña era impenetrable. Sin embargo,  Samantha tuvo la extraña sensación de conocerlo y eso se tradujo en una inmediata sonrisa. Ese hombre era alguien en quien se podía confiar y habitualmente ella no se equivocaba en sus juicios.  De modo que extendió la mano ofreciéndosela a  modo de saludo.
-         Es para mí un enorme placer, volver a verte Samantha  --  dijo mientras le estrechaba la pequeña mano que ella había ofrecido sin vacilar
-         ¿Volver a verme?  --  preguntó ella, y por un momento tuvo la absurda idea de que aquel individuo pudiese ser algún pariente  --  ¿Quién es usted?
-         Mi Nombre es Iván Natchzhrer  --  dijo el hombre
De pronto fueron interrumpidos por la señora Pitt.
-         ¿Y bien?  --  preguntó  --  ¿Dirá algo o solo se quedará mirándola?
Por un momento Samantha pensó que la señora directora, había perdido la capacidad auditiva. Miró al visitante y éste le guiñó un ojo, y luego miró a la directora.
-         Si me lo permite, me gustaría conversar un momento a solas con la niña  --  le dijo con la mayor cortesía
Samantha pensó que ella se negaría, pero no fue así.
-         Bien  --  dijo la mujer  --   mientras usted conversa con ella, yo iré preparando los documentos para el egreso  --  y luego lo miró con desconfianza  --  Porque se la llevará hoy mismo ¿no?
-         Así es  --  convino él
Samantha no entendía nada, pero si aquel sujeto era la llave para salir de allí,  cualquier otra cosa carecía de importancia. No obstante, si tenía cierta curiosidad. De modo que salió con él, y lo guió hacia un salón que solían usar cuando no estaban en clases.
Era una estancia tan austera como todo el resto del edificio. Había allí una mesa grande, con varias sillas a su alrededor. Una estantería llena de libros viejos y gastados. Varios sillones de aspecto no muy cómodo, alrededor de una vieja TV, y poca cosa más. Tomaron asiento en los sillones, y Samantha fue directo a su primera pregunta.
-         ¿Qué sucedió allá arriba?
El sujeto sonrió antes de responder.
-         Directa, igual que tu padre  --  dijo
-         ¿Conoce a mi padre?  --  preguntó ella, aunque luego pensó que era bastante innecesaria la pregunta.
-         Lo conocí  --  dijo él
Ella comprendió cabalmente el uso del tiempo verbal.
-         Te debes estar preguntando la razón de mi aparición aquí  --  dijo Iván
-         Sí  --  dijo sencillamente
Iván la estudió un momento y llegó a varias conclusiones rápidas. Entre ellas, que la niña tenía un control extraordinario sobre su mente y probablemente sobre la de los demás. Y también que perdía su tiempo, si esperaba que le hiciera preguntas.
-         Samantha, he venido a buscarte porque es hora de que regreses a tu lugar de origen  --  comenzó, y no se sorprendió al no ver señal de emoción alguna en ella  --  Como dije, conocí a tus padres, y me asignaron el deber de cuidar de ti en caso de que ellos no pudiesen hacerlo. Lo he hecho aunque tú no lo hayas notado, y ahora ha llegado el momento de que regreses al lugar que te corresponde.
Iván estaba realmente sorprendido, del férreo control con el que ella mantenía sujetos sus pensamientos.  Podía haber esperado algunas habilidades en ella, pero ciertamente no a este grado.
-         Habrás podido notar que no eres exactamente igual a los demás niños y niñas ¿cierto?  --  preguntó, a lo que la niña asintió con un leve movimiento de cabeza  --  Bien, eso es porque provienes de una raza muy antigua, de la que tal vez no has oído hablar. Eres una Arzhvael.
-         ¿Una qué?  --  preguntó mostrando por primera vez algo de curiosidad
-         En el mundo que has conocido hasta ahora  --  dijo él, con una sonrisa  --  eso vendría a ser algo así como una hechicera.
Ella se le quedó mirando, y de algún modo supo que aquel individuo no estaba mintiendo.
-         ¿Y cómo es que estoy en este lugar?  --  preguntó ella
Pregunta difícil, pensó Iván.
-         ¿Por qué es difícil?   --  volvió a preguntar la niña, y casi rio al ver la cara de él
Mientras buscaba una respuesta que sonara adecuada, al mismo tiempo se decía que debería tener cuidado con aquella jovencita.
-         Estás aquí, porque fue la decisión que se tomó para protegerte  --  le dijo
-         ¿De qué exactamente?
Las cosas no estaban resultando como las había planeado. Esperaba que la niña se mostrara sorprendida e hiciera muchas preguntas acerca de “ese mundo” al cual le había dicho de debía retornar. Más en ningún caso, que se interesara por lo otro.
-         Verás, no es el momento para contarte eso, pero te prometo que lo sabrás cuando sea conveniente  --  le dijo
Y aunque vio cierto brillo de rebeldía en aquellos ojos, la protesta no llegó a los labios.
-         ¿Lo promete?
-         Lo prometo  --  le dijo él  --  ¿No quieres saber a dónde te llevaré?
-         Ya lo dijo  --  le contestó y al ver la sorpresa en el rostro de él, sonrió  --  Dijo que debo volver al lugar donde pertenezco, y si es así, no importa dónde sea eso.
Aquella criatura, comenzaba a gustarle enormemente.       



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